“¡Qué todos tengan vida y vida en abundancia!»

Nuestra vocación nace, como toda vocación, de una llamada, de un encuentro personal con el Señor Jesús, percibido como el Único que puede llenar la vida y darle sentido, con el fin de donar toda la existencia para colaborar en la construcción del Reino de Dios y hacer propios los mismos sentimientos y deseos de Jesucristo: “¡Qué todos tengan vida y vida en abundancia!”. (Jn 10,10).

Es una vocación que pone a la persona, en la Iglesia y en la sociedad, como una entre tantas, para vivir en plenitud el bautismo y testimoniar el Evangelio en cada ambiente y situación, con la fuerza y la determinación que brotan de la consagración a Dios. Y, todo esto, para colaborar a la obra creadora de Dios, en las diferentes realidades humanas.

Estamos insertadas en la sociedad, amándola como el lugar donde Dios está presente, tratando de discernir continuamente los signos de su presencia y de su acción, para que también los demás los puedan reconocer.

Consideramos importante usar de los bienes y de los dones con sobriedad y compartiéndolos, sin desperdiciar o acumular lo que otros necesitan para vivir.

Nos anima y sostiene la espiritualidad misionera de San Daniel Comboni.

Su amor por los “más pobres y abandonados” nos lleva a “hacer causa común” con los pobres de nuestro tiempo preocupándonos, por encima de todo, por el último, el más pequeño, el descartado, el alejado. Su pasión misionera nos motiva a ser siempre signo de apertura universal y fermento, en la comunidad cristiana, de una fe vivida como don, para compartir con todos los pueblos.

Como discípulas-misioneras nos importa que Cristo Jesús sea reconocido presente en todos los ambientes, al lado de cada hombre y mujer que encontramos, y que cada persona lo pueda encontrar también a través de nosotras.

Queremos vivir las bienaventuranzas en cada circunstancia para que el Evangelio sea anunciado aún sin necesidad de palabras.

Buscando una imagen que nos represente, la encontramos en la pizca de sal que da sabor a la comida o en la levadura con la que la mujer de la parábola evangélica, hace fermentar toda la masa de harina, signo del Reino de Dios (cfr. Mt 13,33) con sus valore de paz, justicia, fraternidad… para toda la humanidad.

Estamos en camino, en un constante éxodo, dispuestas para ir allá donde nos sentimos llamadas, libres para salir y libres para quedarnos, disponibles a estar siempre “en salida… mar adentro” para hacer presente el amor del Señor allá dónde sea más necesario.